lunes, 16 de abril de 2018

HEIDEGGER, M. “¿POR QUÉ PERMANECEMOS EN LA PROVINCIA?" Espacio, Tiempo y Técnica Por Adolfo Vásquez Rocca


Dr. Adolfo Vásquez Rocca.

HEIDEGGER, M. “¿Por qué permanecemos en la provincia?”.
En torno a este tema, véase Bambach,
Heidegger’s Roots (London: Cornell University Press, 2003, pp. 63-66

HEIDEGGER Y SLOTERDIJK LA POLÍTICA COMO PLÁSTICA DEL SER , NACIONALSOCIALISMO PRIVADO Y C R Í T I C A D E L IMAGINARIO FILOAGRARIO.
Dr. Adolfo Vasquez Rocca
Universidad Católica de Valparaiso – Universidad Complutense de Sonia Madrid
HEIDEGGER, M. “¿POR QUÉ PERMANECEMOS EN LA PROVINCIA?"
Martin Heidegger escribió buena parte de sus obras en una pequeña y austera casita de madera en Todtnauberg, a dieciocho kilómetros de Friburgo, en las montañas de la Selva Negra alemana. Durante cincuenta años mantuvo una intensa relación con el edificio, que se convirtió en mediador imprescindible para su trabajo. Más allá de la tradición de pensadores con cabaña – Heráclito, Lao-Tse, Thoreau, Wittgenstein- , el caso de Heidegger es especialmente significativo por toda la documentación y referencias que existen sobre él. La casa además sigue en pie y hoy es una suerte de lugar de peregrinaje que ha obligado a sus actuales propietarios -los familiares del filósofo – a pedir expresamente el respeto de su privacidad.En 1934 se le ofrece a Heidegger la cátedra de filosofía de la universidad de Berlin. A pesar del prestigio de la plaza, la rechaza y escribe a modo de justificación el texto Paisaje creador: ¿por qué permanecemos en la provincia? En él comienza describiendo con un par de frases cortas la cabaña y enseguida entra en lo que realmente le interesa: la íntima vinculación de su trabajo filosófico con la experimentación solitaria del paisaje –“yo nunca contemplo el paisaje, experimento sus cambios”, decía- y con el trabajo de los campesinos, con los que a menudo se identifica. Muchos le han tachado de hipócrita por esta comparación, pero el provincianismo funcional de Heidegger es sincero. Tras sus inevitables actividades docentes y sociales en la ciudad -a la que llamaba el engañoso mundo de abajo- necesitaba subir al mundo de arriba, sencillo y honesto, donde obtenía la estimulación intelectual necesaria para poder trabajar de verdad. Su comportamiento no era el de un ciudadano al que le gusta salir al campo, sino el de un pensador que encontraba en las montañas y junto a los labriegos los contenidos esenciales de la existencia, la materia bruta sobre la que moldear su discurso filosófico, como si de un oficio manual se tratara. La cabaña le proporcionaba el cobijo necesario.
En 1951 Heidegger asiste en Darmstadt, junto a Ortega y Gasset, a un encuentro entre arquitectos y filósofos. Allí leyó su famosa ponencia titulada Construir habitar pensar (así, sin comas, expresando la inseparable relación entre las tres acciones), quizás uno de los textos filosóficos de todos los tiempos que más ha influido sobre el pensamiento arquitectónico posterior. Sin embargo en él sólo aparece una vez la palabra arquitectura y es precisamente para indicar que no se va a hablar de ella -algo sin duda lleno de significado en un espeleólogo del lenguaje como era Heidegger-. En lugar de eso lanzó a los arquitectos -que por entonces seguían reconstruyendo Alemania- una exhortación a reflexionar sobre el sentido profundo del construir, que él identificaba con el habitar, que es la forma que el hombre tiene de estar en el mundo y cuidar la tierra. Heidegger estaba hablando, no sólo de la reconstrucción material y espacial de Alemania, sino también -y sobre todo- de su reconstrucción moral y espiritual, tras un pasado ignominioso del cual él mismo estaba intentando desvincularse para lavar su imagen. Reivindicaba una vuelta a la autenticidad y dignidad de los orígenes, frente a una concepción meramente utilitarista o funcional del progreso como la que defendía el Movimiento Moderno. Iñaqui Ábalos, en el capitulo que dedica a la cabaña de Heidegger dentro de su libro La buena vida (Gustavo Gili, 2000), dice al respecto: "Lugar, Memoria y Naturaleza, se contraponían frontalmente a Espacio, Tiempo y Técnica, por primera vez de una forma com­pletamente articulada, dando lugar a un giro que prácticamente podría describir todos los cambios de valores que han ido sucediéndose en el panorama arquitectónico desde finales de los sesenta hasta fechas recientes".



Esa conversión del espacio en lugar -que es una de las claves de lo arquitectónico y que sólo puede realizarse a través de la mismidad del hombre- es esencial para entender la visión poética del habitar sobre la que Heidegger se extenderá tres años más tarde en el texto Poéticamente habita el hombre (1954), donde a partir del análisis de un poema de Hölderlin, acabará concluyendo que “el poetizar construye la esencia del habitar, (...) es la capacidad fundamental del habitar humano”. Esta concepción poética del habitar, que Heidegger opuso al positivismo tecnológico de la modernidad, y que tres años más tarde recogería Gastón Bachelard en su obra seminal La poética del espacio (1957), está detrás de la crucial revisión postmodernista de los setenta y del cambio de paradigma que han supuesto libros fundamentales como La casa de Adán en el Paraíso (1972), de Joseph Rykwert, The Architectural Uncanny (1992) de Anthony Vidler, Arquitectónica (1999), de José Ricardo Morales o Los ojos de la piel (2005), de Juhani Pallasmaa, entre muchos otros.
Lo arquitectónico es aquello que transforma el espacio en lugar. Esa transformación es la esencia del habitar. “El espaciar origina el situar que prepara a su vez el habitar”, escribe Heidegger en El arte y el espacio, un texto aforístico que escribió hacia 1959 y que publicaría en 1969 ilustrado por litografías de Eduardo Chillida, a raiz del encuentro que ambos tuvieron en 1968 en la galería suiza Erker. Jesús Aguirre -que hacía como que odiaba a Heidegger- llamó al texto mera cháchara, muy de las suyas, en un artículo de El País de 1989 donde, para justificar su improbable alianza creativa, insinuaba una cierta química nacionalista entre el filósofo y el artista vasco.

A la figura de Heidegger le perseguirán siempre sus claroscuros personales. Lo más inquietante de él no es lo que sabemos sino lo que imaginamos, lo que intuimos en su rostro o tras las extrañas fotos de Meller-Marcovicz en la cabaña, esa ambigüedad apelmazada que nos permite imaginarlo como un “filósofo estafador de novias” y un “ridículo burgués nacionalsocialista en bombachos”, como lo llamaba Thomas Bernhard. Hasta para afiliarse al partido nazi cometió la extrañeza de elegir una facción maldita.
"La política como arte; 'belleza' convulsiva y proyecto nacionalsocialista".
http://revista.escaner.cl/node/149
Dr. Adolfo Vásquez Rocca.



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